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Amanciero soy

Trinidad, así simplemente Trinidad

Trinidad, así simplemente Trinidad

Dicen que un buen día recogió sus bártulos y con una guitarra a cuestas se fue de su natal ciudad, ciudad que le dio sobrenombre e identidad,  a desandar horizontes  torciendo notas y acordes, entonando melodías donde al amor y el desencuentro fueron  protagonistas.

Sus aventureros pasos y el reclamo de un  hermano y la tía Suncia,  lo trajeron hasta el central Francisco (hoy Amancio Rodríguez). Sus sueños de convertirse en un famoso músico se vieron aplazados por la necesidad de un empleo que ayudara al sustento diario.

Las líneas férreas estuvieron entre sus primeras ocupaciones laborales. Después de unos seis años en ellas, se enamoró de aquellas locomotoras “negras y grandes”, convirtiéndose en fogonero y compañero inseparable de un maquinista de apellido “Covadonga”, “que era un rayo en la línea”.

En 1956, cuando se abre la fábrica de madera artificial (Primadera) comienza a operar la grúa. Esa es la etapa donde sus inquietudes  artísticas “revientan”  y buscan un cauce lógico. Tropieza, y no por casualidad, y responde a la invitación de   Crescencio “Cencio” González para integrarse a un conjunto muy popular en esa época.

-Yo tocaba el tres, pero Cencio, me pidió aprender la guitarra. Así me vi obligado a  comenzar a ejecutar este instrumento que me  acompaña siempre y quiero como a mi propia vida.

Pasaron los años y Trinidad combinó sus andanzas musicales con el crudo trabajo. El destino lo arrimó a  Marcela Borges Tamayo, esposa y musa. De esa unión nacieron tres hembras y un varón (ya tenía otro hijo) que  “son mi orgullo. Todos integrados y muy juiciosos en la vida”.

Pero aquel duendecillo cargado de arpegios y cuerdas lo condujo por los senderos del Movimiento de Artistas Aficionados y en 1982, con algunos  trabajadores cincuentenarios de la industria azucarera, forma una agrupación que es su mayor realización en el mundo de la música: Trova del sur.

A su mente, algo nublado por el  irremediable designio  del Dios Cronos,  llegan nombres de los integrantes de aquel conjunto: “Enrique Pérez, en el bajo;  Ulises Labastida, tresero; Laureano Socarrás, cantante; Cumbanché  y Lara en los bongóes y tumbadora, respectivamente y yo en la guitarra y alguna que otra voz…”

La obra artística de la vida de Trinidad se consuma cuando más de una decena de sus composiciones musicales son enviadas a Surima Sanz, nieta con residencia en España. Sury se entusiasma, gestiona la orquestación de aquellas piezas musicales de incuestionable valor sentimental, les pone voz y las graba en un disco con el título de “Saber Sentir”.

Para Pedro Ramos Ramos, la vida es una canción.  Ahora con la placa discográfica a cuestas carga en el morral el fardo de 93  junios desde que naciera en su entrañable Trinidad. Siente el sano orgullo de lo realizado y logrado; se considera un buen hombre, entona el estribillo de uno de sus boleros y confirma que se aplatanó en estos lares y en un susurro confiesa: #AmancieroSoy

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