De la Faldiquera del Diablo
Cualquier descubrimiento muestra el alumbramiento del conocimiento, nos remonta a los vericuetos de lo nuevo para aproximarnos con certeza a lo acontecido o pretérito.
De ahí que el encontronazo con las simientes del repentismo se convierta en el empuje imprescindible para desandar los trillos y veredas que se arriman como acompasadas melodías al taburete de la existencia.
Me contaron, y no precisamente mis abuelos, que desde principios del siglo XX, en la anatomía del actual municipio de Amancio, pulularon cantores que buscaron en la espinela una razón para engrandecer la espiritualidad.
De esta forma en pequeños espacios, casas de familia o cualquier lugar aparente, se improvisaron canturías, guateques, parrandas y otras formas de agrupamiento humano para cantar o simplemente decir aquellas décimas, nacidas muchas veces de la oscuridad del iletrado, pero de un valor que trascendió para siempre la ausencia de academias.
Desde los tiempos de El Cucalambé en que la estrofa espineleana ocupó un lugar definitivo en las entrañas culturales cubanas, los bardos pasaban jornadas enteras cantando décimas aprendidas o repentizadas, en lo que llamaban “Parrandas”, “Canturías” o “Guateques”.
En tal sentido con el auxilio del poeta Luís Martí Casas, vamos conociendo los nombres y apellidos de aquellos juglares improvisadores que en esta zona se hacían acompañar por laúdes, guitarras y tres.
Desandando esas huellas encontramos al primer exponente de la décima repentizada del antiguo central Francisco: José Esteban López, nacido en la década del 20 del siglo XX en las tierras de La Faldiquera del Diablo.
Este pintoresco personaje, allí y en otros lugares, organizaba canturías familiares y públicas, se acompañaba con su propio instrumento de cuerdas, mientras cubría el ambiente campesino con excelsas improvisaciones, uniendo sus inspiraciones a varios cantores de la comunidad.
De Esteban López, aunque casi perdido en la oralidad rural, vale decir que contaba con adecuado nivel cultural, de manera que sus actuaciones siempre fueron exitosas.
Se sabe que en 1953, protagonizó un espacio campesino que se transmitía por “Radio Central Cubana”, emisora clandestina propiedad de María Antonia Iturralde, Concejal del entorno que abarcaba el Central Francisco. Esta planta radial se encargaba de divulgar los intereses de la burguesía en esta región.
La poesía de Esteban López se caracterizó por un profundo contenido condenatorio de los males que lastraban la dignidad ciudadana en la época. He aquí un ejemplo:
Viste la calle de fiesta,
baja y sube el personal
al compás del musical
ritmo de sonora orquesta.
La alegría es manifiesta:
rica tela, fino estambre
y algún anciano sin fiambre
nada espera, nada quiere:
rueda por la calle… y muere
de hastío, miseria y hambre.
Siguiendo las huellas investigativas del bardo Luís Martí Casas, conocimos que alrededor del año 1935, vinieron a residir en esta zona poetas improvisadores como Marcelino Reyes Díaz, procedente de Las Villas y Ernesto Castañeda Azconovieta, desde Sancti Spíritus.
Reyes Díaz se asentó en la Faldiguera del Diablo donde hizo pareja con Esteban López, mientras que Castañeda consagró su vida en la finca de su esposa en el Km. 6, haciendo gala de un locuaz repentismo en bateyes y barriadas campesinas.
De esa época es también la huella de Bernardo Castillo Piloto, conocido como el “Pinareño”
De Castañeda encontramos esta décima:
Amor a Cuba
¡Oh mi patria!, yo te admiro
ebrio de orgullo mambí,
porque tú tienes en mí
siempre un aliento guajiro.
Te doy en cada suspiro
la rima que coseché.
Y ahora que El Cucalambé
su recuerdo me reporta,
ya fallecer no me importa
sabiendo que te canté.
Zonas de juglares decimistas
En zonas rurales como Tacones, La Perla y La Espirituana, vivieron algunos poetas repentistas como Fernando Zayas, Segundo Leyva, Armando Lastre, Marcial Olivera y Rodolfo Quiñones.
Por su parte en áreas urbanas muchos bardos aprovecharon cualquier oportunidad para dar riendas sueltas a contagiosas improvisaciones. Vale la pena citar los casos de Gaspar Tamayo, Reinerio Díaz, Saturnino Vega y Rodolfito Díaz Martínez.
En los palmares de Jerrones, sin dudas la comarca que más aporta a la música campesina en esta localidad, afloró una generación de poetas repentistas que dejaron grabados sus versos entre trinos, bejucales y cañadas. Son ellos: Israel González Martí, Vicente Zayas Pérez y Luís Martí Casas.
Estos pioneros del repentismo local ajustaron a su obra pintorescos seudónimos: José Esteban López, se hacía llamar “El Solitario”, Fernando Zayas Consuegra era “El Rey de la melodía”, mientras que Armando Lastre Lastre se autotitulaba como “El sinsonte desplumado”.
Por su parte Israel González Martí fue conocido como “El guajiro del Rosario”, Segundo Leyva Castillo (El poeta del diamante), Marcelino Reyes Díaz (El Jilguero Espirituano), Rodolfo Quiñones (El guajiro zarzareño), Vicente Zayas Pérez (El Gladiador de Sevilla) y Luís Martí Casas (El martiano del jardín)
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