Blogia
Amanciero soy

Chivo que rompe tambor...

Hasta la saciedad la palabra ahorro se pronuncia en la geografía cubana como arma recurrente que apela a la necesaria conciencia conducente a minimizar la imprudencia y el derroche de los principales  portadores energéticos y a la capacidad creadora de un pueblo crecido en el fragor de una guerra económica y financiera impuesta por el odio de las diferentes administraciones norteamericanas.

Para cualquier hijo de esta tierra de Martí y Fidel, la situación de un mundo, donde la avaricia y apetencias imperiales destronan la cordura y empujan a las grandes masas al desaliento, desempleo, desigualdad y la autodestrucción, resulta comprensible la apelación realizada por la dirección del país para extremar las medidas de ahorro y de esta forma amortiguar las impredecibles consecuencias de la actual contingencia económica y financiera mundial.

No se trata de  prescindir de lo necesario y útil. Hay que ahorrar, pero con los pies puestos sobre la tierra. Evitando descuidos, excesos, desvíos, improductividad y la fuga inconciente de todo lo que pueda ser aprovechado en función de elevar la eficiencia y productividad en cada palmo económico y social  del archipiélago.

Las medidas de ahorro para empresas y entidades administrativas están diseñadas, aunque no siempre tenidas en cuenta. Cada ciudadano tiene y conoce las fórmulas  vitales para redondear la economía familiar y evitar tener que pagar por un irresponsable proceder, que además produce un impacto negativo en toda la sociedad.

Entonces queda apelar a la conciencia. Reducir al mínimo las actitudes negligentes, disminuir las importaciones y acorralar cuanto destello de despilfarro e  insensibilidad aparezca en nuestros predios, pensando siempre que en cada uno de nosotros existen potencialidades y reservas, que del uso de las mismas  depende, en gran medida, el mantenimiento de las conquistas populares nacidas a partir del primero de enero de 1959.

Las fugas de agua potable, tan recurrentes en estos tiempos, las bombillas encendidas innecesariamente, los recorridos vehiculares sin justificación alguna, erogaciones excesivas, pasividad y otros muchos desmanes deben ser borrados de nuestro espectro citadino.

Parafraseando la estampa costumbrista de “chivo que rompe tambor… con su pellejo paga”,  cada derrochador debe asumir su responsabilidad, llámese como se llame. Sea una entidad estatal o un cliente residencial. Es necesario enarbolar los principios de no gastar más de lo que se ingresa y abolir la improductividad y las mentalidades gastadoras. Por esa senda amainaremos los negativos efectos de la actual crisis mundial.

 

0 comentarios