Almeida, simplemente Almeida
Hace apenas unos días cerré las páginas de “La única ciudadana”. Su lectura me llevó, a través de una narración ajustada al rigor y la veracidad histórica, por cada uno de los capítulos donde se desgranan esos trazos imprescindibles para conocer la grandeza de este pueblo.
Esa es la vivencia más cercana que tengo de tu obra literaria. Con anterioridad y en un maratón de infinita búsqueda descubrí en otras publicaciones tuyas, la vívida radiografía de pasajes indispensables de la etapa final de nuestras gestas libertarias.
La exactitud de tu pluma, combinando el reservorio de ideas, el olor de la pólvora redentora y el fusil vindicador, en una armónica travesía nos traslada desde El presidio, El exilio, El desembarco y La Sierra, entre muchas más, permitiendo adentrarnos en el laberinto de sucesos que signan la savia existencial de una auténtica Revolución.
La noticia de tu muerte sorprendió. Cómo morir luego de entregar una vida por entero al sacrificio benefactor del bienestar colectivo ungiéndolo de humildad, desinterés y una fidelidad incuestionable.
Atrapados en arpegios y pentagramas quedan tus más nobles sentimientos. Esos que hicieron música a la patria, al amor y a cuanto noble y sincero motivo surcaron el horizonte de tu fértil creatividad, legando a la posteridad obras de fino vuelo melódico y permanencia segura en el corazón de los tuyos.
He aquí tratando de desnudar tu sencillez. Esa que esculpió tu estatura de albañil, soldado, comandante, escritor, músico, compañero, amigo, padre, esposo. Razones más que suficientes para eternizarte hecho de carnes y huesos mortales en el sagrado altar de la patria.
Tu pueblo, ese que tanto te admira, se mueve lento, reverencia ante tu imagen de guerrillero, sabiéndote cercano, educador, poeta, inspiración, ejemplo…pero no detiene el paso. Lágrimas asoman en las mejillas. Rostros se endurecen ante la irreparable pérdida. Compromisos en silencio repiten, con respeto y devoción: ¡Aquí no se rinde nadie c…!
Muchos tararean tus criollas composiciones, elogian tu permanente sonrisa, hablan de tu fidelidad y amistad con Fidel y Raúl; de los reconocimientos ganados en la verticalidad de un meridiano accionar.
Por eso toda Cuba te rinde honores. No en póstuma emboscada, sino embadurnados del verde de las montañas, que serán el sepulcro de tus nobles huesos y el crisol de tus fecundas ideas, para que orladas con el olivo de la victoria y el blanco de la eterna paz permanezcan como gritos de combate y estandartes de triunfo.
Así, sin grandilocuentes mediocridades. Sin la estreches del individualismo y con la plenitud de la humildad y el sano orgullo de la utilidad: Almeida, simplemente Almeida.
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