Un mes después
Petrificadas en la memoria permanecen las imágenes vividas por los amancieros en la madrugada del octavo día del noveno mes del actual año, cuando con ciega y descomunal fuerza, el huracán Ike hizo acto de presencia en la geografía del más occidental de los municipios tuneros.
Fueron horas de tensión, donde los músculos se tensaron y el manto del peligro y la destrucción copo cada palmo de tierra irrespetando la obra creada por un pueblo dispuesto, ahora, a resistir los embates de la madre natura.
Pero transcurrido un mes, con el milagro del esfuerzo y la voluntad inclaudicable de los vencedores, oleadas de personas se consagran al proceso recuperativo. Por allí renacen techos, se levantan paredes y se perfecciona inmuebles, buscando las mejores condiciones para futuros azotes.
La agricultura, una de las esferas más golpeadas por el evento climatológico, asume estrategias para poblar las tierras golpeadas con producciones de urgencia, donde las variedades de ciclo corto se enseñoreen y hagan retornar el abasto sistemático de viandas, hortalizas, granos y carnes a la población.
Atrás quedaron los incómodos apagones, el involuntario desabastecimiento de agua y la interrupción de producciones vitales para el mantenimiento de la normalidad. Los oportunos grupos electrógenos, salvadores de la luz en las horas inciertas, regresaron a sus emplazamientos como garantía de continuidad y sostenibilidad.
Los azucareros, portadores de las ricas tradiciones cubanas, asumen con altruismo el rescate de plantaciones y el reacomodo de las actividades productivas de este sector de particular incidencia en la economía local.
El asentamiento costero de Guayabal, ese que clava nuestra presencia existencial en la anatomía del Golfo del Guacanayabo, se torna un activo hormiguero ungido con la premura del esfuerzo y la aspiración de devolverle al poblado y sus instituciones sociales y económica los colores de la vida.
Nuestras calles se contagian con la policromía de los uniformes escolares; esos que veneran, recuerdan, cantan y aspiran a ser como el Che, contagian de alegrías y sonrisas el entorno citadino y llenan de esperanzas aulas y escuelas retorcidas por el descomunal viento, pero activadas por la voluntad humana.
Nuevas estrategias para garantizar la alimentación al pueblo se entronizan en el ajetreo institucional. Extensas áreas ociosas se reparten en busca de los frutos que pare la tierra labrada y bendecida con el sudor proletario y campesino.
Nada que en los anales de la ciclonología quedará marcado el octavo día del noveno mes del año; también dedicado por los creyentes a venerar a la patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, como una fecha donde la capacidad humana lidió con la fuerza bruta de la naturaleza, para extraer la experiencia necesaria y perpetuar su recia estirpe de vencedores.
Fueron horas de tensión, donde los músculos se tensaron y el manto del peligro y la destrucción copo cada palmo de tierra irrespetando la obra creada por un pueblo dispuesto, ahora, a resistir los embates de la madre natura.
Pero transcurrido un mes, con el milagro del esfuerzo y la voluntad inclaudicable de los vencedores, oleadas de personas se consagran al proceso recuperativo. Por allí renacen techos, se levantan paredes y se perfecciona inmuebles, buscando las mejores condiciones para futuros azotes.
La agricultura, una de las esferas más golpeadas por el evento climatológico, asume estrategias para poblar las tierras golpeadas con producciones de urgencia, donde las variedades de ciclo corto se enseñoreen y hagan retornar el abasto sistemático de viandas, hortalizas, granos y carnes a la población.
Atrás quedaron los incómodos apagones, el involuntario desabastecimiento de agua y la interrupción de producciones vitales para el mantenimiento de la normalidad. Los oportunos grupos electrógenos, salvadores de la luz en las horas inciertas, regresaron a sus emplazamientos como garantía de continuidad y sostenibilidad.
Los azucareros, portadores de las ricas tradiciones cubanas, asumen con altruismo el rescate de plantaciones y el reacomodo de las actividades productivas de este sector de particular incidencia en la economía local.
El asentamiento costero de Guayabal, ese que clava nuestra presencia existencial en la anatomía del Golfo del Guacanayabo, se torna un activo hormiguero ungido con la premura del esfuerzo y la aspiración de devolverle al poblado y sus instituciones sociales y económica los colores de la vida.
Nuestras calles se contagian con la policromía de los uniformes escolares; esos que veneran, recuerdan, cantan y aspiran a ser como el Che, contagian de alegrías y sonrisas el entorno citadino y llenan de esperanzas aulas y escuelas retorcidas por el descomunal viento, pero activadas por la voluntad humana.
Nuevas estrategias para garantizar la alimentación al pueblo se entronizan en el ajetreo institucional. Extensas áreas ociosas se reparten en busca de los frutos que pare la tierra labrada y bendecida con el sudor proletario y campesino.
Nada que en los anales de la ciclonología quedará marcado el octavo día del noveno mes del año; también dedicado por los creyentes a venerar a la patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, como una fecha donde la capacidad humana lidió con la fuerza bruta de la naturaleza, para extraer la experiencia necesaria y perpetuar su recia estirpe de vencedores.
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