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Amanciero soy

¡Y se llama Amancio!

¡Y se llama Amancio!

 

Diez años y unos tres meses antes de la clarinada de enero de 1959,  frente a los cuerpos inertes de los líderes sindicales Amancio Rodríguez Herrero y José Oviedo Chacón, asesinados por testaferros del imperio, Lázaro Peña, capitán de la clase obrera cubana, profetizó que algún día este ingenio azucarero pertenecería a los trabajadores y rendiría permanente homenaje a los dirigentes caídos en defensa del proletariado.

Sólo el triunfo rebelde trajo a estas tierras preñadas de tradiciones patrióticas y saturadas de sueños de justicia y dignidad  las transformaciones necesarias que permitieron salir de aquel pasado de oprobio donde la máxima expresión de la existencia estaba caracterizada por signos neocoloniales, sujetos a las ambiciones de quienes la habían convertido, por obra y gracia de Don dinero, en reservorio de materias primas y remota hacienda monoproductora.

El advenimiento del Primero de Enero sembró en la más occidental de las localidades tuneras aires renovadores, eliminó de la geografía social males como el tristemente recordado desalojo del Realengo de Las Maboas, la desmedida explotación de los trabajadores portuarios, azucareros y agrícolas, la insalubridad se fue a pique junto a la denigrante  prostitución, mientras que los despidos y el desempleo encontraron su definitivo paredón.

Un bojeo por los últimos diez lustros  de esfuerzos, trabajo y resistencia de los  más de 41 mil amancieros, evidencia un panorama diferente signado por una esperanza de vida superior a los 79 años, una tasa de empleo del 64 por ciento y un sistema de  instituciones culturales, educacionales, deportivas,  de salud y comerciales que se  corresponde con el desarrollo alcanzado por el resto de país.

Tomando como botón de muestra el sector educacional, digamos que antes del 1959 el mismo se caracterizaba por una precaria situación con poca cobertura de la zona rural y dificultades múltiples en la urbana. Hoy cuatro Sedes Universitarias; 70 escuelas de las diferentes enseñanzas y un personal docente, científica y metodológicamente mejor preparado, garantizan una exquisita formación a las futuras generaciones.

En el campo de la salud la obra revolucionaria alcanza ribetes dignos de imitar. De un modesto hospitalito, propiedad de la compañía azucarera, 60 niños muertos por cada mil nacidos vivos y escasas consultas particulares, la Revolución creó 69 nuevas unidades asistenciales, donde 330 profesionales garantizan indicadores cualitativos dignos de imitar en cualquier latitud del planeta, sobresaliendo en el último año el cero de mortalidad infantil.

Las áreas deportivas (49) e instituciones culturales (10) garantizan a los amancieros una participación protagónica en las actividades de la cultura física, la práctica de ejercicios; la recreación y el esparcimiento sanos, y el enriquecimiento espiritual para todos sin mediar razas, sexo o religión.

Medio siglo atrás la electricidad y las comunicaciones eran extremadamente limitadas a tales y mas cuales familias. Con la alborada del enero luminoso, esas vitales prestaciones se expandieron. Ya los amancieros disfrutan de más de 3 mil servicios telefónicos  y con el objetivo de modernizar esa tecnología se abre paso la instalación de la fibra óptica;  la electrificación llega al 98 por ciento de los hogares locales, beneficios que se unen a los miles de equipos entregados a la población como fruto de la Revolución Energética.

Con orgullo quienes viven en el más occidental de los municipios tuneros muestran como distingo el primer poblado construido en la provincia para campesinos desalojados antaño (El Indio), también el primogénito de los Círculos Infantiles del territorio y la pionera de las terminales de exportación de azúcar a granel de la nación.

La inauguración, en 1970, de una estación radial que ya navega en el ciberespacio, una corresponsalía de televisión, el establecimiento de rutas de ómnibus que enlazan al municipio con ciudades como La Habana, Camaguey, Santiago de Cuba y Las Tunas, constituyen conquistas del pueblo trabajador.

Ya el costero asentamiento de Guayabal no es el olvidado poblado de pescadores heredado de la República Neocolonial, hoy sus gentes se vanaglorian de una confortable Base de Campismo, de un productivo Establecimiento Pesquero Industrial y de una variada estructura de unidades gastronómicas, educaciones, deportivas y culturales.

En las 80 circunscripciones que integran los ocho Consejos Populares, nacidos a raíz de la constitución de los Órganos Locales del Poder Popular, se evidencia la democracia socialista, donde cada ciudadano participa activamente en el diseño de las estrategias sociales, económicas y políticas, junto a organizaciones como los Comités de Defensa de la Revolución, Central de Trabajadores de Cuba, Federación de Mujeres Cubanas y la Asociación de Agricultores Pequeños, para sostener, mantener y defender nuestro proyecto socialista.

El pasado año constituyó para los amancieros una verdadera prueba impuesta por la fuerza de la Madre Natura. Los huracanes Ike y Paloma se ensañaron con su poder destructivo ocasionando daños al 19 por ciento del fondo habitacional  (con particular incidencia en Guayabal) y pérdidas materiales superiores a los 22 millones 500 mil pesos.

El esfuerzo de todos, el trabajo colectivo, la ayuda del país y la visita del  Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz, junto a otros dirigentes de la Revolución, a la comunidad de Guayabal, dinamizaron el entusiasmo popular,  consagraron la esperanza y potenciaron la obra de un pueblo que  está listo para resistir, crear y vencer.

Por eso diez años y unos tres meses después del horrendo crimen escenificado en el local del Sindicato del antiguo central Francisco, cuando el Comandante llegó y mandó a parar, las proféticas palabras de Lázaro Peña se corporizaron en la obra de un pueblo libre, dueño de su destino y que vestido de verde olivo nacionalizó y diversificó la industria azucarera y escribió por siempre en las humeantes chimeneas del ingenio el nombre de Amancio Rodríguez Herrero.

 

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