De horrendo crimen a riña tumultuaria
Todo sucedió alrededor de la una de la tarde del 18 de septiembre de 1949. El crimen se produjo en un abrir y cerrar de ojos. Todo estaba preparado. La asamblea fue convocada con un propósito: la ceñuda muerte cobraría dos víctimas.
Cierto que los líderes sindicales Amancio Rodríguez y José Oviedo Chacón, estaban condenados a morir. Sus ideas cargadas de justicia, sus posturas dignas, sus recias y humildes personalidades constituían las causas que justificarían el horrendo asesinato.
Amancio y Oviedo fueron masacrados en el interior del local del sindicato de los trabajadores azucareros del central Francisco y sus colonias, en medio de una asamblea que se perfilaba como tribuna para las demandas obreras, pero la traición apagó la voz que clamaría justicia, al adueñarse del proletario local.
Todos concuerdan que la orden para el despreciable hecho fue despachada desde el Palacio Presidencial. La fatídica misión encomendada al connotado asesino conocido por “El Burro”, tenía, sin dudas, todas las credenciales de la autoría del presidente de turno, Ramón Prío Socarrás y de Eusebio Mujal, gángster que usurpaba los destinos de la CTC.
La complicidad gubernamental se evidenció en la presencia estratégica de elementos de la Guardia Rural en las cercanías del Sindicato, cuyo objetivo era proteger a los potenciales criminales, mientras que los representantes de la Francisco Sugar Co, se encargarían del sostenimiento de las familias de los homicidas, además de pagar su defensa en una causa radicada como “riña tumultuaria”.
Ante la provocación premeditada, Amancio avanzó al podio. Chacón lo siguió resueltamente. Como relámpagos, los disparos homicidas, cegaban dos fecundas vidas. La lógica confusión, provocó la estampida de los trabajadores reunidos en el local. Luego, vino la sentida exclamación: “han matado a Amancio”.
El empuje proletario obligó a detener a los asesinos. Los representantes de la justicia radicaron la causa como “riña tumultuaria”, y sobre esa base dictaron los fallos equivalentes a un veredicto de libertad. Tres de los autores del crimen archivaban antecedentes penales.
Sólo con la clarinada del Primero de enero de 1959 y el nacimiento de una nueva era para nuestro pueblo, la justicia concretó las proféticas palabras del verdadero representante de los sindicatos cubanos, Lázaro Peña, cuando en el entierro de Amancio y Oviedo dijo: (…) ¡ese crimen no quedará impune; ese crimen será vengado. Y cuando eso ocurra, este central se llamará Amancio Rodríguez! (…)
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