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Amanciero soy

Memorias de un Manolito

Fue un día cualquiera del año 1976. Unidad docente de Mayarí, municipio ubicado al noreste de la  ciudad de Holguín y que acogió con sincera hospitalidad a un grupo de jóvenes que al llamado de la máxima dirección del país, respondió incorporándose al programa emergente de formación de profesores, conocido como Destacamento Manuel Ascunce Domenech.

Todas y todos llevábamos el morral  lleno de ilusiones. Fuimos sedientes de aventuras, pero siempre nos unió el compromiso y la palabra empeñada. Resultó difícil acostumbrarse al llamado de profesor o simplemente, profe. Nuestras edades competían con la de los destinatarios de la misión docente encomendada.

Así crecimos los llegados del Balcón del Oriente y los hijos de la tierra de Calixto García. Quiso la vida unirnos por el cordón umbilical de la amistad, la solidaridad y hasta, de cierta manera, la inocencia.

Recuerdo con particular frescura el recorrido del ómnibus Girón por las arterias que bordean las riberas  del río que ennoblece la hidalguía de la norteña urbe, hasta la sede donde un grupo de nobles, preparados y dispuestos profesores nos conducían por los  vericuetos del conocimiento y el saber.

Fue en una de esas inolvidables jornadas que la profesora Graciela Quiala, encargada de adiestrarnos en los misterios de la Psicopedagogía, contagiada por el ambiente juvenil  y el desenfado del grupo, me disparó a boca de jarro una pregunta de comprobación, para la que, a estas alturas, no acabo de encontrar  respuesta.

Pero el craso error de la profe Quiala fue llamarme por el mote cariñoso y coloquial con el cual mis  allegados suelen nombrarme. Rápidamente, a la velocidad de un rayo, apareció la escusa y el pretexto que añadía valor justificativo a mi fi alta de estudio:

 -¡Soy Naquy para mis compañeros! - le espeté con centelleante agilidad,  para    acto seguido añadir  con firmeza:

- ¡Para usted, soy el estudiante Rafael Aparicio Coello!

La profe Quila no se inmutó, continuó su disertación. Su trato hacia mí no llevó carga de rencor alguno, fue afable y locuaz, pero nunca, estudiara o no, mis notas en Psicopedagogía, rebasaron la calificación de tres.

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