El nacimiento de un líder
La tranquilidad del día rompe la rutina. El ambiente se torna tenso. La lírica del canto de un sinsonte se pliega en cómplice fusión a la espera del alumbramiento. Valeriana está sudorosa; los dolores son irresistibles. Basilio bebe de un sorbo la taza de café recién colado. Al fin el grito de la criatura: ¡Es varón!, exclama la comadrona.
Es 16 de octubre de 1917. El regocijo colma la colonia de Cuatro Caminos, del barrio camagüeyano de Cascorro. El niño recibe por nombre Amancio Rodríguez Herrero.
Desde joven se inclina hacia los senderos de la justicia y lleva como estrella un destino que lo une irremediablemente a compartir su suerte con cuanto desposeído esté cerca de él.
Así se van desgranando acontecimientos que lo convierten en un fervoroso defensor de los humildes. Realiza labores agrícolas de cualquier tipo, se caracteriza por su empeño en cada tarea acometida. Gana la militancia del Partido Comunista. Estudia, se supera y trabaja sin descanso. Crece su prestigio.
Se convierte en indiscutido líder de los trabajadores azucareros. Deambula cañaverales y todas las áreas del ingenio, De reunión en reunión capta aspiraciones proletarias. Pleitea con los representantes de la compañía norteamericana dueña del central Francisco. Gana uno tras uno los pleitos.
Ya es una personalidad respetada por su firmeza de principios. Lo aclaman las masas. Asume como timonel los destinos del sindicato de los trabajadores azucareros. Ocupa cargos directivos en el Partido. Ya es un hombre maduro.
En medio de la vorágine de las luchas obreras y de apoyo al campesinado, hace familia. Dos varones vienen a llenar de afectos el poco tiempo que queda de los trajines sindicales. Crece el peligro. Llegan las advertencias. No escucha, sigue al frente de la batalla de las vindicaciones proletarias.
La muerte acecha vestida con el velo de la traición. El deber lo llama. Amancio no desmaya, se afinca en los principios y asiste a la conjura, donde, junto a su inseparable compañero José Oviedo Chacón, es asesinado. Es 18 de septiembre de 1949.
El crimen no quedó impune. Con la alborada de enero, casi diez años después, llega la justicia. En las altas chimeneas del ingenio nacionalizado, el pueblo escribe con trazos de honra y perpetuidad el nombre que signa para la eternidad a esa fábrica: Amancio Rodríguez Herrero.
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