Vivos como siempre
Cuentan que al filo del mediodía del aciago 18 de septiembre de 1949, las volutas de humo que emanaban las empinadas chimeneas del añejo ingenio semejaban lágrimas provocadas por el dolor, que los torpes movimientos de la maquinaria, junto al guarapo arrancado de las entrañas de las cañas, destilaban luto e impotencia.
¿El motivo? a unas pocas cuadras, en un local colmado de rostros ávidos de respuestas y atención a sus demandas, la traición vestida con atuendos de mentiras y odio, consumaba el crimen, ese que pasó a los anales de la historia del movimiento obrero cubano, como el horrendo suceso del central Francisco.
El escenario de una asamblea obrera, donde se suponía que líderes sindicales pusieran sobre el tapete las curas necesarias a los desmanes de quienes administraban la fábrica azucarera y se cumplieran las promesas pendientes de solución, sirvió de ocasión idónea para consumar el asesinato de Amancio Rodríguez Herrero, máximo impulsor de esos reclamos.
Ante la demagogia y palabrerías vacías del pistolero, disfrazado de representante obrero y la negativa de la presidencia de concederle la palabra al genuino líder sindical, Amancio exclamó a escasos dos metros del podio: “me dan la palabra o yo la tomo”, uniendo, de esa forma, la voz a la acción, encaminó sus pasos a la tribuna escoltado por atronadores aplausos.
El júbilo fue apagado por disparos que impactaron, a mansalva, el cuerpo del valiente secretario general del sindicato de los trabajadores azucareros del central Francisco y sus colonias. Junto a él caía, José Oviedo Chacón, fiel compañero de luchas y aspiraciones. Sus victimarios, ayudados por efectivos de la guardia rural, lograron escapar y en una jugarreta política, fueron a juicio por riña tumultuaria.
Quiso el destino que, en la triunfante Revolución, fuera un trabajador del nacionalizado ingenio, quien recordara la profecía del capitán de la clase obrera cubana, Lázaro Peña, cuando en el entierro de los líderes expresó: “este crimen no quedará impune, este crimen será vengado … y cuando eso ocurra, este central se llamará Amancio Rodríguez”.
La alborada del enero rebelde y victorioso entregó los destinos del ingenio azucarero a la masa proletaria, de esa forma la justicia se enseñoreó en estos predios, como permanente homenaje a la memoria del joven sindicalista ultimado a los 32 años de edad y con una trayectoria que sirve de referente a presentes y futuras generaciones.
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